jueves, 1 de julio de 2010

CINE CLÁSICO: PERRO BLANCO


Muy de vez en cuando uno descubre alguna película que por muy diversos motivos le marca, produciéndose un antes y un después de su primer visionado.

Ya sea para bien o para mal esas películas se convierten en experiencias cinematográficas y podríamos decir que te acompañan el resto de tus días.

Con el tiempo uno ve esta película de forma especial, siempre tiene algo, no se bien si es su incomodidad, o su turbulento mensaje pero siempre esta ahí.

El film de Samuel Fuller en sus escasos 80 minutos constituye una arrolladora fuerza de la naturaleza que te golpea una y otra vez, o mejor dicho, te muerde desgarrándote las entrañas con cada imagen, hasta llegar hasta un final inolvidable.

 El mayor acierto y culpable de la calidad de Perro Blanco reside en su puesta en escena. Una puesta en escena que el director llena de vitalidad, garra y fuerza, demostrando porque ha sido uno de los cineastas que más ha influido en las generaciones posteriores.

El uso que Fuller da a las imágenes en cámara lenta es impresionante, consiguiendo que sientas odio y lástima por igual hacia el animal. A destacar también la fuerza de la música del maestro Moriconne, con una presencia mas que significativa en los momentos mas dramáticos.

Perro Blanco sigue siendo la película anti-racista más efectiva y más dura jamás realizada que, utilizando un argumento original y alejándose de las clásicas películas de negros apaleados por blancos, deja un relato a favor de la igualdad, donde la utilización de la violencia desmesurada sirve como arma para denunciarla (clara referencia al gran Peckinpah).
 Todo esto se agranda ante el hecho de que hasta hace bien poco era prohibida su distribución y visionado en Estados Unidos.

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